En estas tierras del interior de Galicia, el agua es un elemento esencial. En este recorrido comenzaremos nuestra visita en el pueblo de Agolada, una tierra llena de puentes, vestigio de la presencia romana que aún nos permiten atravesar los ríos Arnego y Ulla.
A pocos metros de la plaza del ayuntamiento, y rodeando un gran roble, podemos dar un paseo por nuestras raíces comerciales gracias a los pendellos de Agolada (construcciones típicas, especie de cobertizos utilizados en este caso como puestos de venta en el mercado). Los pendellos forman parte de la arquitectura autóctona gallega tanto como las pallozas, los hórreos, los molinos o incluso los pazos. Constituyen uno de los campos de feria mejor conservados de Galicia y fueron levantados en el siglo XVIII, siendo el mercado alrededor del cual giraba toda la economía de la zona. Construidos con piedra, teja y madera, vivieron un intenso proceso de restauración. Si la lluvia o la niebla nos acompañan, podremos hacer un recorrido casi mágico por su empedrado irregular, tocando las grandes y rugosas piedras de los mostradores medievales o escuchando el repicar del agua sobre las tejas. Solo tenemos que cerrar los ojos para que se produzca el salto en el tiempo que veníamos buscando. Si prestamos atención, todavía podemos escuchar el eco del mugido de los animales que llegan al mercado tirando de los carros, las voces del pasado exaltando las maravillas de sus productos y la muchedumbre que se apresura entre los mostradores atestados.